Otra opción es aceptar la sensación de miedo sin aumentarlo como sucede cuando nos dejamos invadir por la sensación de impotencia. Contamos con otro recurso: abrazarlo, abrazarnos en el miedo. Abrazarnos como se abraza a un bebe asustado que no sabe por qué llora y que se calma cuando alguien más adulto, alguien que sabe que lo único que se puede hacer en ese momento es calmarlo para poder detectar el motivo del llanto. El bebé no cuenta con las palabras o con la capacidad de acción fuera del llanto para avisar que está sufriendo. En este momento, a veces los adultos no contamos con las palabras para avisarnos que nos asusta, que nos hace sufrir. Reconocer, nombrar y aceptar nuestros miedos específicos para tranquilizarnos y saber que contamos con nosotros mismos, con nuestro cariño y nuestra incondicionalidad para seguir cuidándonos, es lo único que nos dará a nosotros, adultos, ese momento de calma necesario para tomar las medidas adecuadas (como haríamos con el bebe que llora) para protegernos mejor en este momento, en esta situación, tan incierta y por eso tan difícil y tan amenazante.
Acompañarnos en el miedo
Tanto caer en el terror apocalíptico y actuar como si la vida ya hubiera terminado como negar el peligro y decir que el coronavirus es un invento de los políticos para manipular a la opinión pública, son dos formas extremas de actitudes defensivas para enfrentar la inminencia de una amenaza difícil de definir, difícil de entender, de predecir, de controlar.