Frente a una realidad tan difícil de entender, que cambia constantemente y que nos enfrenta con hechos amenazadores por la rapidez, la fuerza y la complejidad con que se nos presentan, una forma de liberarnos de la desagradable sensación de contradicciones en nuestros sentimientos es disociar.
Queremos y no queremos ver gente. Queremos y no queremos salir de casa. Queremos y no queremos contagiarnos suave para conseguir una posible inmunidad frente al virus. Creemos que sabemos quién es el culpable, pero hay tantos y tantas posibles variables para explicar de dónde y por qué viene el peligro que también sabemos que no sabemos. Es tan intolerable la confusión que provocan los sentimientos contradictorios que nos recorren en este momento que muchos de nosotros elegimos disociar las realidades y ver al mundo dividido en EL BIEN y EL MAL. Estamos los Buenos, y están los Malos. Así de fácil. ¿Así de fácil?
En primera instancia disociar es la manera rápida en que los niños se tranquilizan cuando la misma mamá que es buena cuando les da lo que quieren es mala cuando no lo hace. Pero cuando se dan cuenta que tendrán que convivir con la mamá mala si también quieren convivir con la mamá buena sucumben al pánico, a la culpa, al miedo.
La mejor salida es aprender a tolerar el lento y muchas veces doloroso trabajo de integración de las emociones provocadas por una realidad compleja.