Las diferentes variantes de las dicotomías entre individuo y sociedad son fuente de interminables discusiones a lo largo del desarrollo de la humanidad.
En este momento del estado de la pandemia en diferentes lugares del mundo, las incertidumbres sobre el futuro aumentan el miedo de todos nosotros. Y las diferentes versiones sobre la relación causa y efecto entre las medidas tomadas y los resultados logrados en el control del avance del virus aumentan las dudas y la desconfianza de la población.
Una reacción casi inevitable de los que tenemos que obedecer las órdenes de cómo cuidarnos es: “Si no puedo creer en lo que me “mandan hacer” porque los resultados no son los prometidos, hago lo que quiero, aunque ponga en peligro a otros”, dicen los defensores de la libertad individual.
Si no puedes creer en lo que “te mando hacer” porque no confías en mí, tendré que usar la fuerza para protegerte, en contra de tu voluntad.
Esto sucede entre hijos y padres, entre empleados y jefes, entre ciudadanos y gobiernos, entre amigos.
La falta de consenso sobre las tremendas dificultades para prevenir tanto los contagios físicos como las peligrosas consecuencias psicosociales provocadas por una cuarentena que parece no tener fin aumenta la irritabilidad y el estilo acusatorio como forma de escaparse de la sensación de fatalidad. La necesidad de encontrar un culpable para liberarse del miedo y de la sensación de impotencia es más familiar, más fácil de accionar que tratar de crear consenso sobre las mejores formas de cuidarse física y psicológicamente. Las mutuas intransigencias, las mutuas dificultades de escuchar y tratar de entender el punto de vista del otro, no ayuda a liberarnos del miedo. Al contrario, nos deja más solos y más a la deriva.