¿Qué se supone que hay que sentir en una situación catastrófica? ¿Qué se supone que hay que sentir en un episodio colectivamente traumático?
Los condicionamientos culturales, las costumbres, y las reacciones más primitivas del ser humano suponen que frente a estas circunstancias se sienta pánico, descontrol, rabia indiscriminada, sensación de injuria moral. Como si la vida estuviera traicionándonos.
Las personas que consiguen mantener la calma ya sea por su fe religiosa, por su espíritu optimista, por su capacidad de resiliencia, o por un enorme trabajo de transformar los desafíos y los fracasos en aprendizajes enriquecedores, suelen ser acusadas de “negadoras”, de ingenuas, de cómplices inconscientes de la tragedia. Y entre ellas, las que sostienen esa calma en forma personal, con poco sostén emocional de ideologías o instituciones que los contengan, suelen sentirse atacadas y reaccionan con vergüenza a las miradas críticas (o envidiosas) de las personas que justifican su irritabilidad, su violencia, sus enojos, a las causas exógenas que no se pueden controlar.
Sin embargo, existe la posibilidad de trabajar en construir una sensación de calma interna que nos permita evaluar con qué recursos externos contamos para enfrentar los desafíos incontrolables, imprevisibles, asustadores.
Existe la posibilidad de, a pesar de los miedos, a pesar de la rabia, encontrar el pedacito de potencia personal, el pedacito de recurso afectivo, el pedacito de calma que nos permita llegar hasta el próximo momento…después de la tormenta.