Tristeza

Es sumamente interesante observar cómo van cambiando los sentimientos que nos suscitan los distintos momentos de esta pandemia y las reacciones más habituales que los diferentes seres humanos solemos tener.
Frente a un hecho desagradable, a una perdida inesperada, a una frustración, a una sensación de impotencia, la tristeza seria la emoción más esperada.
Pero la tristeza es muy difícil de tolerar. Trae congoja, miedo, desesperanza, fantasías de final, imágenes de soledad y abandono.
Entonces, aunque parezca contra intuitivo, aumentar el sentimiento de tristeza hasta llevarlo a un estado depresivo severo, a una profunda desolación, crea alivio porque el dolor emocional y físico es tan grande que se anestesia la consciencia. Uno es todo sufrimiento. No existe nada más que el propio dolor, el propio sufrimiento.
La reacción contraria es la indignación: enojarse, sentir el cuerpo tenso por la rabia, preparado para lucha, para destruir al culpable, para acabar contra el enemigo. El problema es que el virus en sí mismo es inatacable con nuestras propias manos. Dependemos de una vacuna que se está produciendo en laboratorios especializados, y solo nos resta esperar que sea lo más rápido posible.
Y, aunque también parezca paradójico, tolerar la tristeza con consciencia de la situación nos abre espacio para la ternura.
Para abrazarnos, llorar, acunarnos (a distancia conveniente) declararnos nuestro mutuo amor, nuestra gratitud, nuestra alegría por la existencia de ese otro ser humano, tan triste como uno, es, a la larga, una actitud reconfortante.

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